Creo en muy pocas cosas
y cada minuto van siendo menos.
El ahínco del principio es empujado
(cada día con más violencia)
por la verdad,
ya no desilusión ni derrota,
simplemente explosiva verdad.
El tiempo, en lugar de limar y erosionar,
lo vuelve todo cada vez más abrupto.
Ya no queda ni un bordillo liso
donde sentarse a ser sólo un mirón.
¿Cómo vas a pararte en un camino
trazado por el carro más frenético?
Párate como mucho a atarte los cordones
para poder seguir corriendo
o el carro te hará morder el polvo de nuevo.
Tantas marcas de rueda en mi cuerpo
hicieron que dejara de creer en parar,
sabiendo el bien que hace.
Tampoco creo ya,
por ejemplo, en la gloria.
Está al acecho sí,
pero cuando la adviertes ya se fue.
Otra vez al lodo… ¿Qué creías?
Llegó, te giraste y ya no estaba,
no es ni siquiera efímera.
Al enésimo espejismo
la sombra no es que pese,
es un yunque que te aplasta
y sobre él fabrican su espada los enemigos.
Mientras, tú sigues ahí
aplastado, desarmado, descalzo,
viéndolo todo y perdiendo cada segundo
algo más en qué creer.
Puede que aún crea en tus pupilas,
ésas que dilatadas sólo dicen verdades.
En éste sol que sigue saliendo para todos
y, de momento, no discrimina.
Creo también en intentar resolver
éste horizonte en blanco
parecido a la vida y su misterio.
Hasta que llegue el día en que tú, lector,
escupas ante mí sobre mi página,
sobre mi proyecto de horizonte resuelto
y me dejes ya sin nada en qué creer.