Cucarachas le recorrían el cerebro,
le pinchaban con sus patas puntiagudas,
le abofeteaban
con sus alas inútiles.
Las piernas le fallaban,
no lograría escapar
de la tormenta que se tejió sólo sobre él.
Navegaba el mundo feliz
y él inmóvil en su isla de duro plástico.
¿Cómo será el buen tiempo?
Ve que todos le conocen,
tienen islas de edredones,
archipiélagos siempre.
Nadie naufraga hacia él
ni le mira ni protege,
mucho menos le rescata.
Todos tienen gordos peces
rosados y sin espinas.
Él tan sólo raspas
de pescado podrido de días.
Nada nuevo, no se extraña.
No construye una balsa
que le ayude a escapar,
sería esforzarse.
Además, seguro que se hunde
en mitad del viaje.
Sólo sabe resignarse
aceptar impasible como condena
estar en una isla de duro plástico,
a la deriva
por la estridencia del mundo
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