Cucarachas le recorrían el cerebro,
le pinchaban con sus patas puntiagudas,
le abofeteaban
con sus alas inútiles.
Las piernas le fallaban,
no lograría escapar
de la tormenta que se tejió sólo sobre él.
Navegaba el mundo feliz
y él inmóvil en su isla de duro plástico.
¿Cómo será el buen tiempo?
Ve que todos le conocen,
tienen islas de edredones,
archipiélagos siempre.
Nadie naufraga hacia él
ni le mira ni protege,
mucho menos le rescata.
Todos tienen gordos peces
rosados y sin espinas.
Él tan sólo raspas
de pescado podrido de días.
Nada nuevo, no se extraña.
No construye una balsa
que le ayude a escapar,
sería esforzarse.
Además, seguro que se hunde
en mitad del viaje.
Sólo sabe resignarse
aceptar impasible como condena
estar en una isla de duro plástico,
a la deriva
por la estridencia del mundo
martes, 17 de diciembre de 2013
lunes, 2 de diciembre de 2013
El mayor lujo
El cielo quería ser claqueta de cine.
Mientras, al fondo,
dos koalas se daban la mano
y el mismo viento que los unía
me guiñaba el ojo.
Por fin era mi cómplice.
Mi alegre andar sonaba a sinfonía
imponiéndose sobre el ruido de los coches,
pero aún así seguía oyendo las exigencias
cotidianas.
Exigen a la vida un cemento confortable,
un barco de oro,
números indivisibles
o la estabilidad en una cuerda
más floja que su propia existencia.
También necesitan multitud de piedrecitas
que deslumbren a los ojos ingenuos
con las que fabricarse un bonito collar
que de sentido a su cuello.
Buscan una media naranja,
yo me conformo con un gajo.
No es conformismo, resignación ni derrotismo,
simplemente rebaño el poco sentido común
que me pueda quedar al fondo.
Mi andar repetitivo me acompaña,
parezco una vulgar gotera cayendo en una olla,
sueno a vacío.
Mejor vacío que lleno de nada.
Mejor vacío que drogodependiente
de algodones dorados,
perfumes con olor a opulencia
y abrigos de terciopelo
cuarteado de vergüenza.
Mejor vacío, pienso.
Pienso, ya es bastante.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)